Diego Alves

Brasil es, por excelencia, el país del espíritu libre y la sonrisa. También de la anarquía. En todos los campos de la vida. Leí a Leonardo Boff, teólogo de la liberación, que era tal la anarquía religiosa de los brasileños que eran capaces de llevar por la mañana a bautizar a su hijo al templo católico; poner más tarde en una calle una ofrenda a los dioses del candombé, y asistir por la noche a un rito evangélico.

En el fútbol dicha anarquía convertía en pecado el mero hecho de ser guardameta, al ser éste considerado el garfio penetrador de un idea futbolística encinta de virguerías atacantes. Pero es tal la europeización de los porteros brasileños, de un tiempo a esta parte, que desarticulan la tendencia y quitan el pecado original. Por ejemplo: el cancerbero del Almería Diego Alves, ¡¡vaya porterazo!!

Sé que Unai Emery merece desenfrenados elogios; sé que el R. Madrid ha sido hoy víctima de su decálogo: obsesión por robar en 3/4 y constante 2+1 en defensa. Pero de no haber mediado la memorable actuación de Alves, dicho decálogo no hubiese desembocado en la derrota de los de Schuster. No tuvieron los almarienses más ocasiones claras que los blancos.