La llegada de los bolcheviques y el estado estalinista

Una revolución es un proceso de naturaleza económica, política y social que altera todas las estructuras de la sociedad por la que pasa. La revolución rusa, producto del retraso secular que tenía sumido al proletariado ruso en un día a día paupérrimo, no solo alterará los cimientos de la Rusia de los Zares sino también los del mundo entero. El siglo XX es su siglo, el siglo del comunismo. Un siglo, en palabras de Hobsbawn, muy corto por englobar solamente de 1917 a 1991. En 1914 Nicolás II, quien en 1905 se vio obligado a introducir a Rusia en el constitucionalismo mediante una Duma (el descontento de burgueses y marxistas le hizo romper su inmovilismo), va a cometer un error fatal. La Gran Guerra dará comienzo y mandará a miles de los suyos a luchar en su nombre. Los reveses del ejército ruso durante los años 1916 y 1917 y el consiguiente número de víctimas (nada raro dada la mala preparación de aquellas tropas), el alza de los precios en una economía dependiente por demás del comercio exterior (tal cosa profundizó en la miseria del proletariado) y la rebelión de la periferia del imperio (lituanos o polacos pasaron a luchar contra Rusia en lugar de a favor de ella) pusieron al Zar contra las cuerdas. En este escenario, se produjo, en febrero de 1917, la revolución que pondrá fin al reinado del Zar, quien abdicará en su hermano Miguel (el cual renunciará al trono). Al final de los Romanov en Rusia seguirá el Gobierno del socialista Kerenski. Pero el pueblo ruso ya quería otra cosa: los campesinos la colectivización de las tierras, los soldados la paz y los obreros la nacionalización de las empresas. Octubre se estaba acercando. Los soviets se extendían con la rapidez de una pandemia y Lenin y Trotsky habían regresado al país para encabezar el proceso revolucionario. El empeño de Kerenski en continuar la guerra cavó su tumba política. Los bolcheviques aprovecharon los desastres del ejército ruso para unirlo a sus motivaciones, las cuales consitían en un rápido final de la guerra y en la toma del poder estatal. A fines de octubre, la insurrección del comité revolucionario de Petrogrado liderada por Trotsky dio la puntilla al cadavérico Ejecutivo de Kerenski. Ya solo restaba la paz, que se alcanzó en 1918 gracias al Tratado de Brest-Litovsk firmado con Alemania. A cambio de ganar tiempo, Lenin dio por bueno perder territorios (Polonia, Estonia, Letonia, Lituania, Finlandia, Ucrania y parte de Bielorrusia). El antedicho Trotsky creó el Ejército Rojo, el cual tuvo que combatir contra el Ejército Blanco (partidario del régimen zarista; contó con la ayuda de las potencias occidentales ante el temor de estas por una posible expansión de la revolución) entre 1918 y 1921 en lo que fue una guerra civil que puso de relieve la crueldad de ambos bandos. Más de diez millones de víctimas dejó la contienda fratricida. El comunismo de guerra se demostró desastroso en la coyuntura de la guerra civil como sistema económico, porque ni contaba con personal cualificado ni con la industralización precisa para desarrollarse. Esto obligó a Lenin a adoptar la NEP. La NEP fue el regreso a la economía de mercado (por ejemplo: los campesinos podían vender sus productos al precio que quisiesen a cambio de pagar un impuesto al estado en forma de especies). Lenin feneció en 1924 y Stalin llegó al poder (permaneció en él hasta su muerte, en 1953), y ahora ya sí, se hizo realidad el ideal comunista: toda la población, quisiese o no, quedaría inserta en la inmensa maquinaria económica que la burocracia estatal (ahora sí, cualificada) planificaba. A los campesinos y granjeros les fueron confiscadas sus propiedades, que quedaron colectivizadas para ser explotadas por el estado. La industralización del país se hizo realidad en tiempo récord. Con Stalin la URSS se modernizó; pero dicho progreso fue de la mano del crimen de estado, la arbitrariedad judicial y el aprisionamiento en campos de trabajos forzados. La mano represora del estado alcanzó desde la más altas esferas del partido (Zinoviev, Kamenev) a campesinos, militares o máximos responsables de la NKVD (Yagoda, Yezhov). La historia retrata a Stalin, por méritos propios, como uno de los principales genocidas de la historia. Con él el poder, en 1936, se promulgó una Constitución que reconocía el principio de nacionalidad de las repúblicas federadas (a las que no se permitía tener ejército propio), si bien dentro de una pirámide cuya cúspide de poder eran el PCUS y su Secretario General (el propio 'Koba'). La victoria del comunismo sobre el nazismo en la 2ª Guerra Mundial dio al régimen stalinista un respaldo internacional y a los soviéticos orgullo, pese a los más de 26 millones de muertos que la Unión Soviética padeció en su lucha contra Hilter.

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