La Primavera de los pueblos, la Francia ulterior a ella y las unificaciones italiana y alemana

En febrero de 1848 estalló la que fue última y gran revolución del siglo XIX, la cual fue bautizada como "la Primavera de los pueblos". Fue encabezada, como siempre, por la burguesía, pero en esta ocasión tuvo gran participación del proletariado francés. Por mor de ella, en Francia se puso fin a la burguesa monarquía orleanista (que había acabado siendo nefasta para el proletariado, si bien introdujo a Francia en la Revolución industrial), en Suiza se creó una confederación con constitución liberal y en Italia y Alemania se originaron los procesos unificadores. Hablamos de un movimiento que tuvo mayor resonancia que la que tuvieron los anteriores (1820 y 1830), y que, aunque se originó en Francia, se expandió y abolió salvo en Rusia las estructuras del Antiguo Régimen. Propició, entre otras cosas, la dimisión y exilio de Metternich: hombre fuerte de la Europa absolutista de aquel tiempo. Como dijimos, en febrero de 1848 dio comienzo en Francia un proceso revolucionario encabezado por la burgesía (la cual, pese a haberse visto favorecida por medidas de los tiempos revolucionarios, napoleónicos y orleanistas, deseaba mayor protagonismo en la economía del país) y secundado por el proletariado cuya situación a causa de la crisis económica de 1846, las epidemias, la enfermedad de la patata y el paro, era insostenible. Este movimiento puso fin a la Monarquía de Luis Felipe de Orleans y dio paso a un gobierno provisional que poco después proclamó la Segunda República francesa. Esta república intentó dar imagen de moderación al exterior y decretó medidas progresistas de calado: libertad ciudadana, creación de talleres para gente sin empleo, restablecimiento del sufragio universal masculino y supresión de la pena de muerte y la esclavitud en territorio francés. Tras meses de confusión y enfrentamientos entre las disímiles facciones políticas de la época, esta "república representativa" promulgó en noviembre de ese año una Constitución basada en la americana (influyó en ella Tocqueville). Un mes después, se convocaron elecciones que, contra todo pronóstico, ganó Luis-Napoleón (sobrino del gran Napoleón). Su claro triunfo llevó aparejado un retroceso en las libertades, pues la oposición fue perseguida, y su modo presidencialista de entender el poder alejó a la república tanto del proletariado como del conservadurismo. En 1851 Luis-Napoleón dio un golpe de estado al no poder ser reelegido (la Constitución de 1848 no se lo permitía); en enero 1852 promulgó una nueva Constitución que le entregaba el poder por diez años prorrogables; a esto siguió la creación del Segundo Imperio francés (todo lo anterior fue secundado en referéndum). El recuerdo y las hazañas de su tío influyeron, sin duda, en el proletariado y burguesía franceses, quienes entregaron todo el poder a Napoleón III. El nuevo presidente prevalecía sobre todos los organismos que se crearon: un Tribunal Supremo de justicia y tres Asambleas: el Senado (garante de la Constitución), el Consejo de Estado (formado por cincuenta miembros encargados de redactar las leyes) y el cuerpo legislativo (elegido por sufragio universal). Napoleón III dirigió Francia hasta 1870. Por su culpa la segunda república duró muy poco. Su mandato se puede dividir en dos etapas, la autoritaria (hasta 1861) y la liberal (de ahí hasta su derrota frente a Bismarck). En su persona se conjugó la ambivalencia, pues mientras en el exterior se mostraba favorable al principio de nacionalidad (clave, por ejemplo, en la unificación italiana, en la cual se involucró para ayudar a Camilo Benso), en el interior reprimía a la prensa y a la oposición, sobre todo durante la primera etapa de su imperio. De lo que no cabe duda es que su gestión al frente del gobierno trajo consigo una etapa dorada para su país: económicamente Francia experimentó un crecimiento económico sin parangón. Fue la etapa de los negocios burgueses, de los puertos y canales, del "plan Haussmann", del canal de Suez; fue, en definitiva, el tiempo de las grandes obras que crearon riqueza y empleo. A esto ayudó la nula conflictividad social. Su segunda etapa, con medidas más liberalizadoras (permiso de asociación y derecho a huelga, liberalización de la educación) dieron un impulso más liberal a su imperio. En el exterior logró finalmente la colonización de Argelia, amén de conquistar otros territorios en África y Asia (Somalia, Senegal, Indochina). Y cometió errores de bulto, como el de poner de rey de México a Maximiliano de Austria para torpedear la revolución de Juárez, pero sobre todo el que le hizo declarar la guerra a Bismarck. El nacionalismo es una ideología que ve en la nación el sitio ideal para el desarollo social del ciudadano. Nació al calor de la Revolución francesa y se propagó por Europa de la mano de las invasiones napoleónicas. Sus principios son tres: 1. Soberanía nacional, la cual da a la nación la potestad para ejercer el poder. 2. Autonomía, como expresión de libertad. 3. Principio de nacionalidad, el cual indica que toda nación ha de crear su propio estado, coincidiendo fronteras de ese estado con las de la nación. A partir de ahí, los individuos congregados en dicha nación deberán potenciar los aspectos culturales que les unen. La unificación italiana tuvo en Camilo Benso a su personaje central. Su objetivo de reunir bajo el Piamonte a los distintos pueblos italianos se centró en varios elementos culturales (lengua y cultura italianas, religión católica y romanticismo) y, sobre todo, en lograr la participación de potencias extranjeras. Porque aunque Mazzini o Gioberti aspiraban también a la unificación, sin duda el proyecto de Cavour era el más realista. La unificación se dio en tres etapas. En la primera, con la ayuda de Francia, el reino del rey Víctor Manuel y el ministro Cavour derrotó a Austria en la batalla de Solferino. La Lombardía se unió al Reino del Piamonte-Cerdeña (aunque, en contraprestación, Niza y Saboya pasaron al dominio francés). La segunda etapa no estuvo relacionada con potencias del exterior: los ducados de Módena, Parma y Toscana (dirigidos por principes austriacos) se unieron al reino del Piamonte, y Garibaldi invadió con sus camisas rojas el reino de Nápoles-Dos Sicilias para ganar plazas tan claves como las ciudades de Palermo y Nápoles; después el rey Víctor Manuel II derrotó a su homólogo Francisco II, gracias a lo cual el Reino de Nápoles-Dos Sicilias, hasta entonces gobernado por los borbones, pasó al control del Piamonte-Cerdeña. El 1861 una Asamblea proclamó la unificación de Italia y a Víctor Manuel II su rey. La tercera etapa volvió a estar relacionada con una potencia exterior: la Prusia de Bismarck entregó Venecia (que, al igual que la Lombardía, pertenecía a los austriacos) a Víctor Manuel por el apoyo que este le prestó en la guerra contra Austria. Era el año 1866. Ya solo quedaba la inclusión de Roma en el proceso de unificación, cosa ocurrida en 1870, cuando el ejército que Napoleón III tenía en la capital vaticana para la protección del Papa (in illo témpore Pío IX) salió de allí. La "cuestión romana" (el papa se declaró prisionero del proceso unificador) fue un asunto peliagudo que no quedó resuelto hasta el acuerdo entre Mussolini y el papa Pío XI en 1929. En cualquier caso, desde 1870 Roma pasó a ser la capital de la Italia unida desde el reino del Piamonte hacia abajo. El Congreso de Viena de 1815 sancionó que la Confederación Germánica sustituiría a la Confederación del Rhin, creada por Napoleón. Alemania quedó dividida en 39 estados. La voz cantante en dicha confederación la llevaba Austria y, en menor medida, Prusia. Estas dos potencias se disputaban la unificación y fue la Prusia de Bismarck la que la finalmente acabó por llevarla a cabo. Pero antes de llegar a ese proceso, incluso antes de llegar a la revolución de 1848, reprimida igualmente tanto por austriacos como por prusianos, he de decir que en la década de los treinta de ese siglo XIX, el Zollverein, congregó a los territorios alemanes, excepto Austria, en una unidad económica. Volviendo a la unificación, hay que subrayar como fundamental en la misma a la casa de Hohenzollern y al hábil político Otto von Bismarck, quien logró su propósito con instinto político y un ejército poderosísimo. Tres guerras estuvieron ligadas a la unificación: la primera la de los Ducados gobernados por Cristián IX de Dinamarca, quien se los quería anexionar. Prusia logró involucrar a Austria en la lucha por dichos ducados (Schleswig y Holstein). La guerra, 1864, decantó la balanza a favor de la unión de los dos estados germánicos, que anexionaron los ducacos. A partir de ahí, el conflicto por la organización de los mismos generó otra guerra entre Prusia y Austria en 1866. La conocida como Guerra de las Siete semanas quedó vista para sentencia tras la batalla de Sadowa. Prusia ganó y mediante el Tratado de Praga anuló la posibilidad de que Austria se erigiera en protagonista de la unificación. Se creó la Confederación Germánica del Norte, la cual reunía a 22 estados bajo la soberanía del rey Guillermo I y la dirección del Canciller de hierro. Pero Bismarck necesitaba de una última jugada maestra para culminar su objetivo. La torpeza de Napoleón III iba a jugar a su favor, pues una causa menor como el trono de España (Francia no quería verse rodeada por la dinastía Hohenzollern y repetir el calvario que en el siglo XVI supuso verse rodeada por dominios de Carlos V) hizo al emperador francés declarar la guerra a Prusia. El julio de 1870 comenzó la guerra, en la cual participaron no sólo los estados unificados por Bismarck sino además los territorios alemanes que aún permanecían fuera del proceso unificador (los católicos del sur). Dos meses más tarde, en la batalla de Sedán (1 de septiembre de 1870) el poderío prusiano dictó sentencia y Napoleón III cayó prisionero. Los franceses proclamaron la Tercera República francesa tres días después. En enero de 1871, en la galería de los Espejos del palacio de Versalles, nació el II Reich alemán. La reunificación era un hecho. Otto von Bismarck fue declarado primer Canciller imperial de Alemania. Y, Guillermo I, Káiser de un imperio que no incluyó a Austria pero sí a Alsacia y a Lorena.

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