Zidane, nuestro Ferguson

Alex Ferguson se manifiesta cual referencia a partir de la que un proyecto va más allá de resultados, en tanto nos hallamos, en esos casos muy concretos, ante la fe ciega del club más en el personaje en sí que en el hombre de fútbol expuesto al albur del día a día. En el R. Madrid esto nunca se ha dado, principalmente, porque es un club de jugadores (los Yeyés, los Galácticos o la generación que titula mi blog) y no de entrenadores (algo que sí es el Barcelona, tan asido al equipo de autor: el Barcelona de Cruyff, el Barcelona de Guardiola). Nuestros logros, para dirigentes y gran parte de la afición, rara vez, por no decir jamás, entroncaron con las estrategias del banquillo sino con las filigranas de los vestidos de corto; mala praxis desencadenante de una banqueta eléctrica que eyectó de ella a entrenadores tan exitosos como Del Bosque, y que ahora pone en cuestión a alguien tan mágico y aurático como Zidane: esa especie de hacedor de lo imposible capaz de ganar tres Champions consecutivas. Zidane tendría que ser nuestro Ferguson, el personaje merecedor de esa fe ciega antedicha. Escuché a Axel Torres definir a Lopetegui como más fino tácticamente que Zizou. Quizá. Pero equivale el fútbol a un espacio preñado de intangibles donde dos y dos no tienen por qué sumar cuatro y, por ende, venirle mejor al banquillo de Chamartín una clase de técnicos no tan metódicos o intervencionistas (Benítez, el propio Lopetegui). Zidane siempre es la solución, nunca el problema. Para comprobar lo que escribo, solo hay que recordar cómo cogió al equipo cuando se prescindió de Benítez y cómo lo recogió cuando se aplicó a Lopetegui y a Solari idéntico protocolo. De ambas situaciones se derivaron alegrías colosales gracias a modos de actuación que diferían entre sí bastante (en nada se semejan el campeón del doblete 2017 y el de la pasada Liga) y que ponen sobre el tapete el pragmatismo del francés. La planificación deportiva del club está demasiado centrada en la construcción del nuevo estadio y en el aterrizaje de Mbappe, lo que se traduce en una alarmante falta de refuerzos con nivel para que la vieja guardia pueda descansar. Ahí tenemos el problema, en la revolución que queda pendiente, no en Zinedine. Y dentro de esa revolución, cabe de maravilla la llegada de Alaba y el adiós (con todos los merecidos honores, claro) de un histórico como Sergio Ramos.

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