El Mallorca canoniza nuestros sufrimientos

Escrivá de Balaguer fue el fundador del Opus Dei canonizado por el Papa Carol Wojtyla, por la Iglesia. Fue éste creador de una obra masoquista: "Bendito sea el dolor; amado sea el dolor, santificado sea el dolor, glorificado sea el dolor". Yo, cuando veo al Mallorca sobre el pasto del Bernabéu, me siento identificado con esta penitencial doctrina. Hacen los baleares que canonizemos nuestro sufrimiento cuando jugamos contra ellos en nuestro feudo: dramatismo gozozo, intenso, con dosis de tremendismo, una llamada a la taquicardia más absoluta para acabar llegando a la orilla. Es bueno canonizar el sufrimiento que supuso el último choque que nos dio el torneo el año pasado, paradojicamente, porque debería estar prohibido padecer tanto. Por suerte, ese día la Cibeles y la grúa de Gallardón recibieron a Raúl más guapas que nunca. Hoy el botín no era tan jugoso, pero la agonía bien vale para disfrutar el liderato.

La mencionada contienda que nos otorgó el torneo el año pasado fue una hazaña improvisada con un héroe improvisado: un Reyes que, a mi pesar, está tan estancado en el Atlético como Drenthe aquí. Ni contigo ni sin ti, que diría aquel. Hoy en cambio fue un Robinho magistral el que cambió el signo de la batalla. La travesía de nuestras agonías tuvo la noche del alirón y la de hoy un mismo protagonista: un Varela que debería ser declarado persona non grata. A pesar de él, el equipo se repuso bien a las contrariedades de sus dianas y, en general, presionó arriba y enlazó fases de buen juego que deberían derivar en la consolidación de un estilo. Un estilo que aún debe pulir lagunas defensivas, ya que tres goles en casa son demasiados. Ruud y Raúl maravillosos. Como el partidazo disputado en el día de hoy de poder a poder por ambas squadras. Como el sufrimiento.