El divorcio

Soy de los que piensan que el amor nunca fracasa, sino este amor o aquél. En la relación de Laporta con el barcelonismo  la fatalidad del desamor empieza a hacerse patente. Pero hay que reconocer que su estoicismo, parecía el mismísimo Zenón de Citium, en la primera temporada de Rijkaard fue inteligente. Como su lucha, nada más aterrizar, contra los violentos. Supo dar un giro a una situación como la de Gaspart para crear un Barça de relumbrón, admiración e intimidación. Todo esto en tiempo récord. Quizá Sandro Rosell fuese más importante de lo que él mismo creía.

El problema llegó cuando el año pasado, con el primer curso de 'galacticidio', reconoció en público que el descalabro había sido producto de la autocomplaciencia y al minuto estaban todos ratificados: ¿hay mayor autocomplacencia que ésa? No. Después viajó por el mundo vendiendo catalanismo, sobre todo esto, barcelonismo y causas justas, haciendo una dejación de funciones sonrojante. Más tarde pensó que era el príncipe Sidarta Gautama Skyamuni, fundador del budismo, comentando que quería fundar la República Catalana del Barça ante el estupor del personal. Más tarde en aquel mitin in aeternum dijo "¡¡qué no estamos tan mal, hombre!!"... El divorcio es siempre un gesto de renovación del guardaropa, un grito de redención que se inicia en el vestidor.