Hugo Sánchez

Quizá los hombres necesiten, para reconocer plenamente las geografías de su alma, la inmersión en paisajes congruentes que las hagan inteligibles: y así como el hombre de temperamento ensoñador busca paisajes bucólicos, así como el eremita anhela el desierto y el mundano las trepidaciones de la gran ciudad, el 'killer' del área halla alivio (una especie de concordancia espiritual) al situarse frente a un guardameta para batirle inmediatamente después: cuando se encuentra ahí, el tiempo y el balón son suyos, de nadie más (no se pueden compartir). A muchos nos escandalizan semejantes ínfulas posesorias, pero la mayoría de las veces este individuo muestra tal cantidad de efectividad que consiguie que la admiración se entrometa en medio de nuestro escándalo. En román paladino: le acabamos comprendiendo. Ayuda a nuestra comprensión, qué duda cabe, algo por todos conocido: sólo el gol une a esta laya incondicionalmente con la vida. Nada son sin él.

Decir 'kíller' y decir Hugo Sánchez da lo mismo, pues son sinónimos. El mexicano ha saltado a las primeras páginas por culpa de otro 'killer', Cristiano Ronaldo, que parece próximo a darse a bruces con una plusmarca goleadora que conseguirá que la suya (lograda en la gloriosa temporada 89-90, la de los 107 goles con JB en la banqueta) pase a mejor vida. Nada sería tan reconfortante como acicatear el recuerdo de este atleta del área.

Ante los cancerberos, Hugo Sánchez no mostraba un resquicio de duda; había algo cuasi obsceno en su seguridad y determinación. También es verdad que dentro del campo era algo engallado, y no pocas veces desató el furor vesánico de las gradas rivales. En cada centro de Míchel desde la derecha crecían en su interior el apremio y el hervor de quien se siente renacido y como dispuesto a empezar de nuevo; cada una de aquellas asistencias iba dirigida a una motivación sin límites: la suya. Era un espectáculo: con sus remates acrobáticos la algazara de los espectadores del Bernabéu alcanzaba un paroxismo de gozo. Su juego era prodigioso porque no disociaba el desparpajo del olfato anotador, y lo que es más importante, de la efectividad y la precisión. Hacerlo más espectacular no significaba hacerlo peor. La prueba de ello es que las 38 dianas que CR7 intenta superar fueron obtenidas mediante un solo toque. Uno solo. (A balón parado dejaba a los porteros con el rostro desencajado y el ánimo encogido: los penales los metía prácticamente todos; en los libres directos mostraba unos índices letales de efectividad).

No ha sido el delantero más determinante que hayan visto mis ojos (ése fue el Ronaldo Nazario de la temporada 96-97, el que trabajó a las órdenes del malogrado Bobby Robson), pero sí el más capacitado para marcar de diversas formas y el que más facetas del área dominaba.

Foto: EFE