Los sollozos del deportivismo


Aquel día, a cada movimiento seguía una pausa luctuosa, como si mover cualquier extremidad fuera una tarea ímproba, como arrastrar sacos de guijarros. El Deportivo de La Coruña, el 3 de octubre de 2010, en ese Bernabéu fedatario de sus glorias egregias, por más que ése no fuera un partido de su Liga, dio pena. Aquella debilidad mostrada durante el palizón que el Madrid le pegó, 6-1, no podía ser fruto de un mal día sino de una realidad en la que reposaba una irrefutable sensación: aquel conjunto descangayado, aunque tuviera enfrente a un ataque desatado por un ímpetu de géiser, era candidato a lo peor.

La falta de gol ha sido el principal problema de los de Lotina; para éstos, especialmente para Riki, marcar un gol es una quimera urdida por su propia incompetencia; la falta de puntería (sólo 31 goles en toda la Liga) ha sido como un monstruo que los ha devorado: no lo han podido combatir. Prevaliéndose de la desorientación que la impericia rematadora causaba entre los gallegos, los equipos rivales sentían cierto desahogo ante ellos. El otro día contra el Valencia lo intetaron como quien se aferra a un asidero que pronto le faltará, cuando salte al vacío; apretaron los dientes, trantando de reunir las migajas de su fortaleza, para más tarde fallar ocasiones de todos los colores.

Y así, un histórico de nuestro fútbol se halla escindido entre los clarores de victorias inefables y recordables (Milan, ManU, PSG, Juve, R. Madrid: el Centenariazo, Barça, Bayern de Múnich, Arsenal...) y el remordimiento de un desastre consumado. Tras años en la elite, el sábado, los sollozos del deportivismo eran una torrentera rodando montaña abajo hasta vaciarse, porque la 2ª división parecía un fantasma pretérito.

Muchos dirigentes del fútbol español siguen itinerarios repetidos; conque, sus rutinas permiten al hipotético observador reconstruir sus hábitos cotidianos. Augusto César Leondoiro pedía y pedía dinero a los bancos, sin reparar en cuál sería la forma de devolverlo. Así fabricó un castillo en el aire: con Naybet, con César, con Romero, con Manuel Pablo en su mejor versión, con Molina, con el Valerón más mágico, con Sergio, con Makaay, con Diego Tristán, con Luque, o con Djalmiña, pero en el aire. Siempre fue un pésimo gestor, elevado a los altares por estirar las negociaciones hasta las primicias de la mañana. No debería eludir su responsabilidad en el desastre.

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Foto: REAL MADRID

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