La lógica frustración de Van Persie


Cuando un equipo es grande porque tuvo ante sí expectivas de conquista o porque logró que éstas dejaran de ser expectativas para transformarse en títulos, el trato con la derrota rara vez le ayudará a sobrellevar su día a día. En cambio, cuando una afición acepta que algún día seguramente próximo dejará de ganar vive mejor que cuando se aferra a la idea de seguir ganando, sencillamente, porque dejó de considerarse la afición de un equipo grande. Los aficionados que gustosamente otorgan filiación al Arsenal hace años que aprendieron a convivir con la idea de la derrota, entregándose a ella con tranquila conformidad.

Es como si tras esa conquista de la Premier en 2004, o quizá mientras la misma se llevaba a cabo, de la que salieron sin probar el sabor de la derrota: invictos, estuvieran deparando un remedo de hogar a más de un lustro negrísismo. O esto es lo que se deduce de las pocas filípicas que recibe Arsène Wenger, y del poco nerviosismo de la propia afición tras seis años sin ganar absolutamente nada: que el hecho de no considerarse hinchas de un gran equipo les ha ayudado a despojar de dramatismo todo desengaño, y que tantos desengaños parecían previamente asumidos.

Van Persie ha declarado recientemente: "Cada año es peor y es frustrante". Es lógica la antedicha frustración, pues si de títulos hablamos, los jugadores prestigiosos como el holandés, no serán como eremitas que obtienen cierto placer con las privaciones, tienen mucho apetito. Y ese apetito, los 'Gunners' no consiguen atajarlo. El de Wenger es un equipo inundado por el derrotismo, al que le parece imposible que la victoria pueda tener una existencia real: la posibilidad de constatarla, su inminencia, le paraliza, le deja mudo, como vimos durante la final de la Curling Cup contra el Birmingham.

No debo ser el único que cree que Arsène Wenger ha contraído una deuda impagable con jugadores como Cesc Fábregas o el propio Van Persie. La fidelidad de estos jugadores al técnico de Estrasburgo es merecedora del mayor de los encomios, puesto que esa fidelidad (una fidelidad más al entrenador, a la persona, que a la institución en sí) les ha privado de ganar títulos en otros lugares. Cuando los nubarrones de la angustia hicieron creer a Cesc que debía cambiar de aires, halló consuelo y acicate en dicha fidelidad. Y se quedó. Eso sí: todo tiene un límite. Los grandes jugadores desean esmaltar su currículo.

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Foto: REUTERS

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