Veinticinco años


La historia, muchas veces, construye sus intrigas a partir de un escenario y de un calendario que únicamente ella conoce; quizá en junio de 1982 Maradona ignorara la longitud de la vendetta que desempeñaría cuatro años después. Porque cuando Margaret Thatcher aceleró (gracias a la solvencia con que su Ejército abortó las intenciones de la Junta Militar de Leopoldo Galtieri respecto a las Islas Malvinas) el desastre de la tirana dictadura iniciada por Jorge Rafael Videla seis años antes, Maradona ya despuntaba; pero no hasta el punto de permitir adivinar en él a un futuro jugador de envergadura planetaria. Ayer fue un día de esos históricos, en que los engranajes de la memoria están obligados a ponerse en funcionamiento. Se cumplió un cuarto de siglo de una revancha esperada por el pueblo argentino. Maradona la llevó a cabo, con no muy buenas artes durante una acción decisiva, durante la primera ocasión en que se enfrentaban sudamericanos y británicos tras el conflicto armado de 1982.

Aquel 22 de junio de 1986 compredimos que Maradona guiaría a los suyos hasta la victoria del Mundial mexicano inexorablemente; aunque pudieran ser muchas las dificultades, entendimos que Diego se elevaría, una y otra vez, cuando fuese necesario, sobre la cresta de las olas desencadenadas por los rivales para orientarlas en la dirección óptima para su equipo. Más allá de que no haya sido nunca una persona honorable, de que su mala cabeza le situara en un callejón sin salida histórico, y de que optara por suicidarse futbolísticamente ante la mirada de un mundo atónito, la verdad es que es imposible menoscabar el capital futbolístico que la historia quiso otorgarle. Las plazas en el panteón de la historia ni se venden por adelantado ni pueden reservarse. Y una de ellas está destinada a Diego Armando Maradona, porque lo que hizo en aquel partido y en aquel Mundial, fue lo nunca visto: él solo, puesto que estaba rodeado de jugadores menores, hizo CAMPEONA DEL MUNDO a la albiceleste.

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Foto: EL MUNDO

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