Análisis de la Historia de la Filosofía en el Siglo XX escrita por Christian Delacampagne: Heidegger

Dalacampagne se muestra muy duro con Heidegger, a quien sin ningún género de dudas va a relacionar con los postulados (incluido el de la eliminación de los judíos) del NSDAP. Para el autor 1933 no solo es un año trágico para el mundo por la llegada de Hitler al poder, sino además por la adhesión de Heidegger al partido nazi (no lo abandonó hasta 1945), algo que está lejos de ser un pecado de juventud y que le ayudará a llegar al rectorado de la universidad de Friburgo (cargo, eso sí, donde permanecerá solo hasta 1934). Delacampgne se esfuerza por demostrar fehacientemente la adhesión de Heidegger con el nacionalsocialismo: por ejemplo, cita el telegrama que el filósofo mandó a Hitler para desaconsejarle que recibiera a la Asociación de Profesores Universitarios Alemanes hasta que ésta no cooperara más con el régimen, y acentúa el recelo que provocaron su activismo y retórica combativa entre los miembros del partido que apostaban por una línea más pragmática. Delacampagne asume que Heidegger hubiese podido criticar al régimen sottovoce, como expresó su alumno Gadamer, pero tal cosa habría sucedido producto de la desazón que le produjo su salida del rectorado que ocupaba; además, estaríamos ante un suceso que en modo alguno supuso una condena explícita de la deriva del partido en el poder. Todo lo contrario: en 1936, en Roma, comentó a Karl Löwith el lazo que unía la actitud política del partido con su pensamiento; y en 1938, no se manifestó refractario a los daños que produjo la Noche de los cristales rotos. Después de la Segunda Guerra Mundial, según Delacampagne, optó por minimizar el alcance de su pertenencia al partido nazi reorganizando su vida en tres períodos: 1933; 1933-1934; 1934-1945. Pero a ninguno da crédito, pues en 1933 Heidegger no es un personaje apolítico (como se advierte en Ser y tiempo), no es víctima de los acontecimientos durante su año como rector en Friburgo y ni mucho menos abjura de nada entre 1934 y 1945. Delacampagne hace mención a dos hechos ilustrativos y tumbativos, uno anterior y otro posterior a la guerra, para la figura de Heidegger: la búsqueda de medios de ascensión social por medios de extrema derecha durante la república de Weimar y la carta que escribió a Marcuse en 1948 en la que banaliza la Shoah comparándola con las democracias populares impuestas por la URSS tras ganar la guerra. Delacampagne llama “revisionistas” a los historiadores que equiparan el antisemitismo de estado y la ausencia de libertad tras el Telón de acero. En Ser y tiempo Heidegger se halla prisionero de un conflicto. Para resolverlo, para desplegar la cuestión del Ser en todas sus dimensiones, hay que arrancar a la problemática del libro de 1927 de lo que puede tener aún de metafísica (algo que ocupará a Heidegger hasta el final de su vida haciendo una interpretación más personal y antihusserliana de lo que el término “fenomenología” quiere decir). Para Heidegger el Ser no es lo que los metafísicos llaman la substancia, el espíritu o la materia. No se puede decir nada de él porque está desprovisto de atributos, sería irreductible a un concepto, inaprensible al logos. Para Heidegger “Filosofía”, “metafísica”, “onto-teo-logia” son desde este punto sinónimos, nombres disímiles que designan un idéntico fracaso, un olvido del Ser. Únicamente los presocráticos y Nietzsche habrían entrevisto el Ser, pero lo perdieron: los primeros, tras recaer en la prisión del logos; el otro, por mor de su vitalismo que se encierra según Heidegger en una “metafísica de los valores”. Delacampagne pone el acento en cómo Heidegger lucha contra las tres corrientes que según el filósofo alemán encarnan el racionalismo humanista que hace imposible la salida de la filosofía. Una es el marxismo, que le parece encarnar la amenaza más grave. Lo aborrece hasta tal punto que, después de la Segunda Guerra Mundial, se apoyará en la división del país y en el hecho de que las tropas rusas están estacionadas en Berlín para dar a entender que el combate de Hitler lo fue contra el comunismo, dará por buena esa guerra. Otra es el catolicismo, la fe que procesó en otro tiempo, que combatirá en Introducción a la metafísica o en el texto consagrado a la sentencia nietzscheana Dios ha muerto. La apuesta de Heidegger es un neopaganismo germánico salido del Sturm und Dran, en tanto es más lo que une a cristianismo y judaísmo que lo que les separa. A la otra corriente, el liberalismo de la Ilustración y la fenomenología, deja de serle afín después de la publicación de Ser y tiempo. También planteará batalla Heidegger a la ciencia, la técnica y la idea de progreso. Si para Husserl la ciencia encuentra su fundamento en la filosofía, ella misma concebida como ciencia rigurosa, Heidegger transfiere la función fundacional de la filosofía al pensamiento, afirmando la inconmensurabilidad de éste respecto a la ciencia. Hay una subversión en Heidegger cuando acusa a la ciencia de no pensar y le retira, por tanto, toda la dignidad intelectual. Igualmente asimila (para condenarla mejor) la esencia de la técnica a la de la metafísica, culpable según el maestro de Friburgo de todo lo que va mal en el mundo (“la devastación de la tierra es el resultado de la metafísica”, escribió en respuesta a Carnap); asimismo, asocia lo metafísico a Rusia y Estados Unidos, culpables según su opinión de la decadencia de Europa. En cuanto a la idea de progreso, Heidegger no espera hallarla en el futuro, sino, como afín a la revolución conservadora, en el retorno a los orígenes, a la pureza de los orígenes intocados, a la filosofía presocrática, al Volk (concebido como cálida y tranquilizadora intimidad, familia rural y protectora). En lo respectivo a la ética, Heidegger cree que no tiene cabida dentro del pensamiento del Ser, pues una jerarquía de valores solo podrían mantenerse en el interior de un discurso racional, por tanto, según él, metafísico. Para Delacampagne un pensamiento tan deliberadamente abierto a los orígenes no puede sino estar inclinado a rechazar la historia real, vaciarla de todo contenido, reescribirla de la manera más provechosa para sus intereses. La historicidad del dasein en Ser y tiempo estaría tomada en un sentido abisal que difiere del que entienden los demás mortales por historia. Heidegger optará igualmente por superar el nihilismo, pues éste consiste permanecer fijado al ente en lugar de encarar el Ser; para él los verdaderos nihilistas serían los adversarios del Ser (Krieck y los nazis antiheideggerianos). Gran parte de este capítulo lo dedica Delacampagne al explicar el porqué del predicamento de Heidegger en la vecina Francia, pese a que en este país ya se conoce en 1933 su compromiso con el nacionalsocialismo. Sartre se vio seducido por la dialéctica del “ser” y de la “nada” que descubrió en la traducción francesa de ¿Qué es la metafísica?; y con la Liberación, el éxito del existencialismo sartreano volvió a poner a Heidegger bajo los focos de la actualidad. Así y todo, Sartre decide distanciarse de Heidegger no bien conoce la verdadera naturaleza del nacismo; y, en su revista Los tiempos modernos se publican cinco artículo, tres de los cuales no le absuelven. La cuestión imperante que aquí aparece es si puede o no separarse la filosofía de la política. Beaufret separará ambas y protegerá a Heidegger; Fédier, uno de los principales traductores de Heidegger al francés, acentúa algunas equivocaciones de Heidegger en 1933, pero pondera la obra sana del filósofo sobre dichos errores. Delacampagne habla de un afán de la intelligentsia francesa (que rechazando a Sartre y a Marx no sabe a qué filósofo encomendarse y que ven en Heidegger a un posible salvador) de terminar con el contencioso franco-alemán y de exorcizar el trauma que supuso la Shoah. Entendamos, claro está, que dicha intelligentsia es germanófila y que contempla a Heidegger como un personaje apolítico. Delacampagne cifra el verdadero éxito de Heidegger en Francia en la conferencia de diez días de Cerisy-la-Salle, que organizan en su honor Beaubret y Axelos. Al margen de dichas conferencias no es omisible la afinidad que desarrolló el psicoanalista Lacan con el existencialismo heideggeriano, en su opinión de una dimensión trágica de la que carece el de Sartre y de una gran valía para dar a las doctrinas positivistas de Freud un suplemento de alma filosófica. Tres seminarios impartidos por Heidegger en Thor, a invitación de René Char (quien también sucumbió a los encantos del pensador alemán) llevan su notoriedad a la cima. A los nombres ya citados, se añaden los de Pual Ricoeur, Michel Foucault y Derrida. Delacampagne opina que la boga del estructuralismo en las ciencias sociales está detrás de toda la admiración que profesan a Heidegger estos pensadores, pese a que a Heidegger éstas nada interesaron. El antihumanismo teórico de Heidegger interesó a Lévi-Strauss, Lacan, Althusser y Foucault. Además, el estructuralismo renueva el interés por el lenguaje y Blanchot, Foucault o Derrida se sienten atraídos por el audaz verbo de Heidegger.

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