Y el barco quedó anclado

Ser presidente del R. Madrid es una de las actividades más solitarias del mundo: cada X años éste, mira hacia lo desconocido de su alma para hallar palabras de rendición, de abandono. En la soledad, porque cuando llega la peste en las tribus suelen quedar más plumas que indios, rebuzca el mensaje que nunca quiso pronunciar. En 2006 sucedió esto a Florentino; ayer, a Calderón.

En un caluroso verano de 2006 Ramón Calderón cogió su barco (llamado improvisación) y decidió navegar hacia una isla llamada Cibeles para después, movido por pensamientos aterradores, fruto de sus desvelos populistas, aventurándose por unas rutas verdaderamente oscuras, dejándose llevar por una peligrosa corriente, pretender llegar a una isla demasiado lejana: excelencia. Como era previsible, quedó anclado en una isla a la que no pretendía llegar, no estaba en su horizonte.

En realidad, el trayecto de Ramón Calderón nació torcido. Se podrá decir, con razón, que sus itinerarios siempre sufrieron revisiones obsesivas y miradas inquisitivas, pero fue su chapuzera forma de navegar la que le aisló del camuflaje semántico y le condujo al estruendo endemoniado. A causa del pucherazo desvelado por MARCA esta semana se enfrentó a corrientes, vientos, tempestades, pero siguió remando, exhausto, sabedor ya de que su barco volvería (como cuando navegó hacia la excelencia) a quedar anclado. Quizá no, quizá se pierda en medio del océano. Es muy probable.