Con Sergio Ramos en los toros y Florentino en el ambiente

Para qué engañarnos, el partido ante el Valladolid no le importaba a casi nadie; en el entorno del club se hablaba y se habla del futuro: fichajes, posibles traspasos, Florentino... Por supuesto: este clima de rumor continuo, de incesante mirada a lo prospectivo, que se filtra por cada grieta de la institución, puede paralizar las tareas de implicación. Sólo así se explica que Sergio Ramos se marchara en el descanso a Las Ventas a ver torear a Talavante, proclamándose campeón indiscutible de la falta de interés. Quien me conozca, sabe que soy de todo menos un entusiasta de un futbolista como el de Camas: un jugador virtualmente ciego de responsabilidades fuera del campo.

Entretanto Florentino sigue oculto bajo un velo de profundo secretismo, y si finalmente no se presenta el madridismo sería cautivo de una orgía de desencanto. Pero como consecuencia de su carisma, se ha tejido alrededor de su persona un entramado de leyenda, que dice que el verdadero ser superior emerge en el sigilo. Será candidato. Para Florentino, ver portadas que dicen que ya tiene el "sí" de Kakà, cuando él aún no ha dicho ni 'mu', representa el súmmum, en su necesidad psicológica de ser el símbolo viviente que rescatará al madridismo de la mediocridad.

Ante el Valladolid el Madrid de Juande volvió a lograr una nueva victoria no precisamente acicalada. El choque ante los pucelanos vino a corroborar que los nuestros se hallan en las antípudas de ese Barça reputadamente brillante. Juande ha hecho frente (pese a las limitaciones de su plantilla) al desafío de los números, pero no a las corrientes que no dejan de reclamar otro tipo de juego. No hay entusiasmo con que llenar las irreales expectativas de una remontada demasiado difícil, pero si han florecido esperanzas de milagro ha sido gracias a un Juande cuyos números merecen una elevada consideración.